• May 9th, 2024
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Puerto Rico: ¿Despertando Ante el Racismo?


Wallice J. de la Vega

 

George Floyd murió el pasado 25 de mayo sin saber que su asesinato impactaría prácticamente el mundo entero. Surge otra vez una ola de disturbios raciales en la nación estadounidense, pero esta vez con la mayor potencia jamás vista. De tal manera el tema de las diferencias raciales queda una vez más al frente de la atención pública, no solo en Estados Unidos y gran parte del mundo, sino también incluyendo una de las restantes colonias de Estados Unidos: Puerto Rico.

En medio de sus problemas relacionados con la pandemia del Coronavirus, de la reconstrucción restante después de varios terremotos, de los estragos remanentes del huracán María y de la perenne corrupción gubernamental, en Puerto Rico han surgido varias demostraciones públicas en apoyo los manifestantes en Estados Unidos. Entre estas hubo una vigilia en la zona costera de los municipios de Río Grande y Loíza, que son comunidades mayormente de descendencia africana. Al día siguiente unas 200 personas se manifestaron frente a La Fortaleza, que es la residencia del gobernador y centro del gobierno insular. Además, la alcaldesa de San Juan emitió una orden de bajar a media asta las banderas de Puerto Rico y Estados Unidos durante los siguientes 46 días en honor a la edad de Floyd al día de su asesinato.

Analizando el contenido genético de la población estadounidense podría entenderse el fuerte racismo que ha predominado allí desde que forzosamente se llevaron braceros esclavos africanos a Jamestown, Virginia, a partir del 1619. Según pasaron los años los descendientes de aquellos esclavos se mezclaron étnicamente con parte de la población general. El American Journal of Human Genetics publicó en el 2015 un estudio titulado “Genetic study reveals surprising ancestry of many Americans”, el cual muestra que “en Estados Unidos casi nadie puede trazar su ascendencia a un lugar en particular” y destacando que “al menos el 3.5 porciento de los estadounidenses europeos tiene herencia africana” y que una pizca de la población lleva también herencia nativa americana.

En comparación con puerto Rico, un estudio del 2007 titulado “Recent Genetic Selection in the Ancestral Admixture of Puerto Ricans” reflejó que “los puertorriqueños, en promedio, tienen contribuciones genéticas de europeo (66 por ciento), africano (18 por ciento) y nativo americano (taínos, 16 por ciento) respectivamente”. Dado que los puertorriqueños son una gran mezcla de razas mayormente caucásica, negroide e indígena taína – pero más recientemente incluyendo semitas y otras – ¿podría haber racismo en la “Isla del Encanto”?

La contestación más corta es: Depende a quién se le pregunte. Un sondeo local improvisado tendría gran probabilidad de resumir que en Puerto Rico no existe discriminación racial. Mi experiencia me dice que prácticamente ningún puertorriqueño se confesaría racista. Sin embargo, mi percepción me indica que aquí sí hay un tipo de racismo, pero distinto al de Estados Unidos. Allá la leve mezcla genética de la población recibe naturalmente el amparo de la gran mayoría caucásica; en Puerto Rico el racismo es más velado, más recatado, más sutil, pero indudablemente existe.

Un ejemplo vivo de esto nos lo ofrece el escritor local Rafael Carrera, quien ha estado exiliado en Estados Unidos, diciendo: “El que piense que en Puerto Rico no hay ni ha habido racismo vive en un viaje o en negación. Yo lo he vivido en mi niñez, en mi juventud y en mi adultez. … Lo vi pasar en otras personas a mi alrededor. Lo vi en la televisión nacional. Lo vi en mis maestros. Lo vi en mis compañeros de escuela. Lo escuché en los chistes y en las burlas hacia los dominicanos. Lo vi en la iglesia. Lo vi en las familias blancas que nunca hubiesen dejado a su hija casarse con un negro, ni tan siquiera trigueño oscuro. Mi abuelo, como hombre negro, lo vivió y este racismo aún existe en nuestra isla. Podemos mentirnos a nosotros mismos, pero la realidad sigue allí, década tras década”.

He presenciado el racismo oculto en Puerto Rico, aquel que se deja ver en las maneras sutiles con que se insulta a los descendientes africanos de la isla. Cuando sus referencias son públicas se usan denominadores tales como “negrito”, “trigueño” y “de color”. Cuando son privadas estas se deslizan hacia “negro sucio”, “trapo de negro”, “el negro ese” y otras demasiado indecorosas para mencionarlas.

No obstante, en el caso de Puerto Rico la violencia racista no se compara con la de Estados Unidos por ser menos extremista. Esto no significa que nunca ha habido muertes relacionadas directamente con el racismo, sino que estas han sido relativamente pocas en décadas recientes.

Obviamente, esto tiene que ver con la mencionada composición genética que apunta a la realidad de que prácticamente todo puertorriqueño es cuando menos parcialmente afroamericano. Sin embargo, los casos más sonados en la prensa local tradicionalmente han rendido muy poca indignación pública entre la población general.

Testigos del racismo fueron también los participantes en cuatro estudios de grupos focales realizados en el 2010 en municipios del centro de la isla – donde los afroamericanos son una minoría – referente al trato de niños escolares. Los investigadores resumieron que “predominaron los relatos de experiencias de racismo cotidiano hacia niños y niñas en la escuela y en la familia que impresionan por su alto grado de violencia física y maltrato psicológico. (…) Tomando en cuenta que el racismo cotidiano es sistémico, sugerimos tomar varias medidas a nivel individual e institucional para contrarrestarlo”.

En otro caso similar con un grupo de jóvenes afroamericanos de Loíza el estudio se enfocó en su relación comunitaria con la policía estatal. Según relató el abogado Nelson Colón, “estos jóvenes contaban que cuando los policías intervenían con ellos en su barrio sabían que los iban a ‘voltear’. Es decir, tirarlos al piso, voltearlos boca abajo, voltearles los bolsillos y apropiarse de su dinero. De igual manera cuentan que cuando entran a un reconocido centro comercial cercano (los agentes de) la seguridad del lugar los persiguen, los cuestionan y los hostigan”.

El caso de racismo más extremo sucedió en septiembre del 2010 después de un asalto en un restaurante de comida rápida en Guaynabo. Llegando dos policías al lugar, uno de ellos vio un joven afroamericano corriendo. En un instante desenfundó su arma y algunos de sus más de 10 disparos alcanzaron al joven en la espalda. El difunto, apodado “Oreo”, resultó ser un destacado atleta miembro del Comité Olímpico de Puerto Rico y un ciudadano modelo. El policía inicialmente recibió una sentencia de ocho años de arresto domiciliario, la cual luego fue suspendida.

En términos generales el racismo en Puerto Rico pasa bajo la atención pública y gubernamental. Ante tal falta de atención – y ahora con el impulso de la situación estadounidense – la organización Colectiva Feminista ha publicado el llamado Manifiesto Antirracista. Este comienza: “Los estados raciales no son ahistóricos ni atemporales. Pertenecen a una experiencia política concreta llamada la modernidad/colonialidad y parten de la construcción social de la categoría ‘raza’ para establecer diferencias y jerarquías entre los individuos. Esta experiencia ha sobrevivido los procesos de descolonización y ha generalizado al estado”.

La Colectiva impulsa varios puntos a atenderse por el gobierno central: 1) Fin de la guerra contra las personas negras, 2) Reparaciones (compensación), 3) Inversión (en programas de seguridad), 4) Justicia económica (para desarrollo de comunidades afroamericanas), 5) Poder para las comunidades (participación en las decisiones) y 6) Poder político (participación política).

Los sucesos acaecidos en Estados Unidos durante semanas recientes definitivamente han impactado la colonia de Puerto Rico. Bien expresado fue por el licenciado Colón: “Estas muertes — tanto la de Floyd como las otras ocurridas en Puerto Rico — son un recordatorio para que toda la sociedad puertorriqueña reconozca su racismo expresado a través del colorismo que otorga mayores privilegios y aceptación a las personas con la piel clara. Esta aceptación y reconocimiento nos dará el aire social y emocional plasmado en el último grito de vida de George Floyd: “déjenme respirar”.

 

Wallice J. de la Vega es periodista independiente con base en Puerto Rico.

 

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