Por Jeremy Deaton
El cambio climático está provocando periodos de sequÃa más largos, inundaciones más grandes y tormentas más violentas en todo el mundo, pero el efecto es más pronunciado en los trópicos, donde incluso un pequeño aumento de la temperatura puede hacer que una ola de calor pase de ser miserable a mortal o que un huracán tenga la fuerza destructiva necesaria para arrasar una pequeña ciudad. En las próximas décadas, un clima más caótico en México, América Central y el Caribe impulsará a millones de personas a trasladarse a Estados Unidos. Esta nueva migración ya ha comenzado, ya que la sequÃa está devastando a los agricultores de Guatemala y Honduras, y los huracanes más peligrosos ponen en peligro a las comunidades del Golfo de México.
El año pasado, un grupo de expertos de la ONU dictaminó que cualquier refugiado que se enfrente a un daño inminente por el cambio climático no puede ser deportado de su paÃs de adopción. Sin embargo, la sentencia no es vinculante y no está claro cómo un tribunal determinarÃa quién es un refugiado climático, un término que aún no tiene una definición formal. Estados Unidos, que ha contribuido más al cambio climático que cualquier otro paÃs de la Tierra y, por tanto, ha contribuido más al desplazamiento de las personas devastadas por los desastres climáticos, no trata a los desplazados por el cambio climático como refugiados.

Por ello, dos migrantes diferentes que huyen de desastres climáticos similares pueden tener experiencias radicalmente diferentes al buscar refugio en Estados Unidos. Un migrante de Puerto Rico, que goza de todos los beneficios de la ciudadanÃa, puede trasladarse libremente al continente. Un migrante de Centroamérica, que se enfrenta a la misma amenaza del cambio climático, tendrá un camino mucho más difÃcil.
José Luis Zelaya entra en el segundo grupo. Llegó a Estados Unidos después de vivir el huracán Mitch, de categorÃa 5, que mató a más de 11.000 personas en toda Centroamérica, convirtiéndose en el ciclón más mortÃfero del Atlántico en al menos un siglo. Con el cambio climático, los huracanes son cada vez más fuertes, alimentados por aguas más cálidas. Mitch golpeó en 1998, que era entonces el año más caluroso registrado.
Zelaya, que tenÃa 11 años en ese momento, recuerda los vientos aullantes y las aguas que corrÃan por las calles de Honduras. Recuerda los edificios derribados, los cuerpos sin vida y los olores rancios.
«Después del huracán hubo mucho caos. Mucha gente buscaba agua. Mucha gente buscaba medicinas», dice. «Las cosas que sucedieron después fueron dolorosas. Por eso mucha gente emigró».
«Después del huracán hubo mucho caos. Mucha gente buscaba agua. Mucha gente buscaba medicinas. Las cosas que sucedieron después fueron dolorosas. Por eso mucha gente emigró».
José Luis Zelaya
La madre de Zelaya huyó con su hermana a Estados Unidos, mientras que él se quedó con su abusivo padre. Zelaya dijo que era mejor que su madre salvara a un hijo que no salvara a ninguno, y que él pudo cuidar de sà mismo.
«Siempre estuvimos cerca. Siempre nos quisimos», dijo. «Pero las situaciones de dolor y violencia y la pobreza y los desastres naturales nos habÃan separado».
Durante dos años más, tuvo que lidiar con las secuelas del huracán Mitch. La devastación agravó la pobreza, que a su vez alimentó la violencia de las bandas. Durante dos años, se las arregló más o menos, hasta que se vio envuelto en un tiroteo que le dejó dos balas en el brazo. Fue entonces cuando su madre decidió utilizar el dinero que habÃa ahorrado para ayudar a Zelaya a llegar a Estados Unidos.
Zelaya viajó sin compañÃa y llegó indocumentado. Tardó seis semanas a pie, a caballo, en autobús y en tren para llegar al RÃo Grande, donde los funcionarios de inmigración lo detuvieron durante otros dos meses. Recuerda el momento en que finalmente se reunió con su madre.
«Sólo con ver la puerta abierta y a mi madre allÅ fue hermoso», dijo. «Fue un nuevo comienzo. Fue como si el dolor desapareciera».
Este fue el comienzo de una nueva vida en Texas. Poco a poco aprendió inglés, se comprometió con sus estudios y finalmente obtuvo su doctorado en educación en Texas A&M, centrándose en estudiantes para los que el inglés es una segunda lengua.
El camino de Zelaya hacia Estados Unidos fue difÃcil, marcado por una dolorosa separación de su madre y su hermana, una angustiosa travesÃa y un largo internamiento. Más de dos décadas después de su llegada, aún no se le ha otorgado la residencia permanente legal. Zelaya sólo está protegido por el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, que permite a los inmigrantes indocumentados traÃdos a Estados Unidos cuando eran niños vivir y trabajar legalmente en el paÃs.
No todos los emigrantes climáticos tienen un viaje tan difÃcil. Algunos empiezan como Zelaya, desviados por el desastre, pero su camino se desvÃa en un momento crÃtico.
Sharellee Rosario-Rondón vio cómo su marido, Willam Pagán-Pérez, se trasladaba a Buffalo (Nueva York) en 2017. Profesor de música, Pagán-Pérez fue reclutado por funcionarios locales que buscaban profesores bilingües para instruir a los estudiantes de lengua española en las escuelas públicas. El plan era que Rosario-Rondón se uniera a él en Buffalo con el tiempo.
Entonces, el huracán MarÃa golpeó Puerto Rico como una tormenta de categorÃa 5 en 2017, que fue alrededor de 0,5 grados F más caliente en promedio que 1998, el año en que el huracán Mitch azotó Honduras. MarÃa mató a más de 3.000 personas, convirtiéndose en el huracán más mortÃfero de la historia de Estados Unidos. El cambio climático ha hecho más probables estas poderosas tormentas.
«Lo que ocurrió fue una gran pérdida. Recuerdo haber visto las calles, los lugares destruidos», dijo Rosario-Rondón. «Me sentà sola».
Después de la tormenta, era difÃcil conseguir productos esenciales. Las colas en los cajeros automáticos podÃan ser de seis horas. Las colas en las gasolineras podÃan ser de 12 horas. Rosario-Rondón recurrió a sus ahorros para salir adelante y, cuando se agotaron, empezó a cargar su tarjeta de crédito.
Pero Rosario-Rondón pudo llegar a tierra firme. A diferencia de Zelaya, voló a Buffalo en un avión y, como ciudadana estadounidense, se le aseguró toda la protección legal a su llegada. Incluso pudo traer a su perro. Al final, se separó de su marido por cuestión de semanas, no de años. Después de la mudanza, Rosario-Rondón perfeccionó su inglés, trabajando en un supermercado antes de encontrar un trabajo como profesora que instruÃa a estudiantes de lengua española.
Tanto Rosario-Rondón como Zelaya huyeron de las consecuencias de una catástrofe climática, pero sólo la primera disfrutó de la ventaja de haber nacido en suelo estadounidense. Esta distinción, por mucho que sea un accidente de la historia y la geografÃa, por mucho que en última instancia sea arbitraria, determinó quién podÃa emigrar libremente y quién quedarÃa relegado a las sombras.
La cuestión de quién cuenta como refugiado climático y qué protecciones legales debe otorgarle Estados Unidos será más acuciante a medida que aumenten las temperaturas. Zelaya dijo que historias como la suya son importantes para entender la experiencia de los inmigrantes, lo que lleva a la gente a venir a Estados Unidos, lo que soportan para llegar aquà y lo que pueden aportar a este paÃs.
«Cuando uno viene de la experiencia, entender ciertas cosas porque las vivió, eso es muy importante», dijo. «Por desgracia, demasiadas veces esas historias no se escuchan».
(Foto en la portada: Huracán MarÃa, Puerto Rico, 2017, por Wallice J. de la Vega.)
Esta historia apareció originalmente en Nexus Media News y se vuelve a publicar aquà como parte de Covering Climate Now, una colaboración periodÃstica global que refuerza la cobertura de la historia del clima.
Jeremy Deaton escribe para Nexus Media News, un servicio de noticias sobre el cambio climático sin ánimo de lucro.  @deaton_jeremy.
Traducción por Juan Carlos Uribe-The Weekly Issue/El Semanario.
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